Medicina “científica” o “popular” » Pasó Hoy

Desafíos, ciencia y fe en la atención médica de los inicios de Neuquén.

Desafíos de la atención médica

En el año 1912, la ciudad de Neuquén enfrentaba un desafío formidable: la salud pública se encontraba en un estado alarmante. La prensa local resonaba con advertencias sobre las condiciones sanitarias deficientes que ponían en peligro la vida de sus habitantes. Este panorama desencadenó la promulgación de una ordenanza municipal que marcó un hito en la historia de la ciudad, al establecer pautas cruciales para la higiene en lugares de venta de alimentos, hospedajes y bares. Esta respuesta enérgica se teñía con la sombra de una epidemia de escarlatina ocurrida en 1908, un evento que había dejado una profunda impresión en la memoria colectiva y que había forjado el espíritu resiliente de la comunidad neuquina.

Para comprender la magnitud de este desafío, es esencial evocar la lucha tenaz que enfrentaron los ciudadanos durante aquella epidemia de 1908. En esa época, el Dr. Pellagatti, médico de la gobernación, recordaría los esfuerzos desesperados que se hicieron para controlar la enfermedad. Aislamiento de los enfermos en las afueras de la ciudad, medidas rigurosas para prevenir la propagación y la creación de un lazareto en propiedades de Don Mangiarotti, fueron solo algunas de las tácticas utilizadas en la batalla contra este enemigo invisible.

Sin embargo, las condiciones higiénicas precarias se convertían en un aliado involuntario de las enfermedades. La falta de un matadero municipal llevaba a la realización de faenas en terrenos baldíos, entre las viviendas dispersas cerca del río Limay, lo que agravaba aún más la situación. En este contexto, solo un sector privilegiado de la población, compuesto por los trabajadores del ferrocarril, la construcción del Dique Neuquén y la industria petrolera algunos años después, tenía acceso a atención médica y medicamentos, en algunos casos gratuitos. El resto de los habitantes se veía desamparado, lo que provocaba quejas y reclamos constantes ante la falta de médicos y servicios de salud en la capital.

La situación crítica de la atención médica en Neuquén se evidenciaba en la ausencia de un hospital público adecuado. La urgente necesidad de contar con uno llevó a las autoridades a agotar los recursos locales y a solicitar un subsidio al gobierno nacional para su construcción. A pesar de los esfuerzos, la realización de este sueño se demoraría muchos años.

En medio de estas dificultades, la comunidad neuquina implementó medidas para prevenir enfermedades y garantizar la atención médica en la medida de lo posible. Un ejemplo destacado de esto era el estricto control sanitario en las casas de tolerancia, donde las revisiones médicas eran semanales y se cuidaba la salud de quienes allí trabajaban.

Además de la medicina científica, floreció la medicina popular, basada en creencias y métodos no científicos. Los «sanadores» eran respetados en la comunidad y sus métodos variaban según la enfermedad. Cuando un paciente requería atención más compleja, algunos sanadores derivaban a los médicos en la Asistencia Pública.

Entre la ciencia y la fe

La medicina popular emerge como un sistema arraigado en elementos socioculturales, teñido de creencias transmitidas de generación en generación, y respaldado por métodos que pueden parecer rudimentarios y no científicos, pero que han desempeñado un papel crucial en la atención de la salud pública.

En este contexto, el concepto de «enfermedad» adquiere una dimensión multifacética. Se percibe como un daño o malestar que puede ser aliviado no solo con medicamentos y procedimientos científicamente respaldados, sino también a través de hierbas medicinales y rituales imbuidos de un fuerte componente religioso. Estos métodos, a menudo omitidos por la medicina académica, han encontrado su espacio en la comunidad neuquina a lo largo del tiempo, convirtiéndose en una respuesta de fe y esperanza para aquellos que buscan la curación.

Testimonios de la época arrojan luz sobre estas prácticas arraigadas en la fe y la tradición. Los relatos de cómo tratar el «ojeado» ilustran una serie de rituales simples pero significativos. El aceite en un plato y la invocación al nombre del Padre y del Hijo son gestos que encierran una profunda fe en la intervención divina y en el poder de la sanación. Estos métodos, para quienes acuden a ellos, representan una vía hacia la recuperación.

La medicina popular, enraizada en el conocimiento transmitido de generación en generación, también, como dijimos, abarcaba el uso de hierbas medicinales. Por ejemplo, la ruda se utiliza para tratar problemas hepáticos, mientras que el ajenjo se emplea en casos de hinchazón. Estas prácticas ancestrales, han perdurado y demostrado ser efectivas en muchas ocasiones.

Los «sanadores» que practicaban esta medicina popular eran figuras influyentes en la comunidad neuquina. Eran ampliamente solicitados y su fama trascendía las fronteras de sus ciudades o pueblos. Figuras como Francisco Jáuregui en el barrio Limay, Hemeregilda de Arias en Picún Leufú, y Sótero Ibáñez en Junín de los Andes, eran conocidos por su habilidad para tratar una amplia gama de afecciones. Sus métodos, que incluían desde la aplicación de plastos de barro hasta la utilización de grasa de potro y yuyos regionales, demostraban la diversidad y la riqueza de la medicina popular en Neuquén, que no solo curaba a los enfermos, sino que también ganaba legitimidad social en vastos ámbitos urbanos y rurales. La comunidad reconocía y confiaba en estos sanadores, lo que contribuía a difundir su labor por todo el territorio.


Fuente: Pasó Hoy neuquen.uno recomienda los contenidos de Pasó Hoy

Botón volver arriba
WP Radio
WP Radio
OFFLINE LIVE