Por Federico Sacchi (*), Neuquén
En tiempos donde la política suele asociarse con confrontación y grietas, hablar de ternura puede parecer extraño o ingenuo. Sin embargo, allí radica su fuerza transformadora: recordar que lo humano, lo sensible y lo afectivo también son dimensiones políticas. La ternura no es un adorno: es un agente que permite construir vínculos, generar comunidad y fomentar confianza en medio de sociedades fragmentadas.
El desafío es pasar del decir al hacer, acompañar con una presencia real, viva y sentipensante. Desde ese lugar, cualquier proyecto personal se vuelve necesariamente comunitario, porque siempre involucra a otros. Una sociedad que incorpora la ternura como criterio político no puede naturalizar el sufrimiento ajeno ni permanecer indiferente ante la vulnerabilidad. Si la ternura se vuelve práctica, mirar al otro con empatía se convierte también en un acto de justicia.
En un mundo marcado por la polarización y la competencia, la ternura se convierte en un instrumento de cambio. No es gesto romántico ni accesorio: es acción, presencia y práctica política capaz de transformar vínculos, comunidades y sociedades.
Federico Sacchi
Un gran filósofo, Byung-Chul Han, comenta en sus obras cómo la sociedad contemporánea se ha vuelto un espacio de autoexplotación, hiperconectividad y rendimiento constante, donde los vínculos humanos se debilitan. Frente a esa lógica de desgaste, la ternura aparece como estrategia de resistencia: recuperar la pausa, la atención al otro y la escucha activa se vuelve un acto político. Si Han nos alerta sobre los riesgos de una sociedad agotada y fragmentada, la ternura ofrece un camino para recomponer lo humano, tejer comunidad y sostener relaciones que puedan enfrentar la lógica del individualismo.
Militar la ternura en política no significa suavizar conflictos ni desconocer desigualdades; significa enfrentarlos desde otro lugar: desde el amor como práctica social, desde la comunicación no violenta como estrategia y desde la empatía como motor. La ternura no es debilidad: es fuerza que desarma el odio, abre diálogos y habilita puentes allí donde otros levantan muros.
Hoy, en un contexto donde los discursos de odio y la polarización se multiplican en redes, medios y espacios públicos, la política de la ternura se vuelve aún más urgente. No es un ideal romántico, sino una estrategia efectiva para fortalecer la cohesión social, prevenir violencias y habilitar procesos de participación real. Incorporar la ternura como eje de políticas públicas, prácticas institucionales y vida cotidiana permite transformar relaciones, humanizar decisiones y construir entornos donde los derechos y la dignidad de cada persona sean centrales. La ternura, entendida como militancia activa, se convierte así en un instrumento de cambio que impacta tanto en lo micro —comunidad, escuela, familia— como en lo macro —políticas de Estado, organizaciones y espacios colectivos—.
Hablar de ternura en política es imaginar un horizonte donde la palabra “cuidar” deja de ser un acto privado y se convierte en compromiso social. Es reconocer que la transformación no se mide únicamente en cifras o logros administrativos, sino en la capacidad de sentir con otros, de hacer comunidad y de sostener la vida en su fragilidad y en su potencia. La ternura activa nos recuerda que cada gesto, cada decisión y cada política pueden ser actos de humanidad que construyen un futuro más justo y solidario.
El poder de la ternura radica en militarla y hacer política con corazón, desarmando la indiferencia y reconstruyendo comunidad.
(*) Licenciado en Relaciones Públicas, especialista en masculinidades.
Las pinturas que ilustran esta nota pertenecen a Oswaldo Guayasamín, artista ecuatoriano que desde su obra se manifestó contra la violencia, las injusticias cometidas por una sociedad que discrimina a los más débiles e hizo de la ternura su tema central de militancia y protesta.