Que se publiquen libros sobre un gobernante que ataca la cultura y la educación revela su incoherencia más profunda: terminar siendo narrado gracias a aquello que intenta desmantelar.
Recorriendo los stands de la Feria del Libro de Neuquén me encontré con una mesa donde predominaban los títulos dedicados a Javier Milei (entre ellos Milei, la revolución que no vieron venir, El loco, El camino del libertario, Las fuerzas del cielo, entre otros). Esa imagen me disparó una paradoja imposible de pasar por alto: escribir un libro sobre una persona que está en el gobierno y que recorta brutalmente en cultura y educación es, en sí mismo, una contradicción.
Todo libro, incluso el más sencillo, es fruto de un entramado cultural y educativo: surge, entre otros factores, de las bibliotecas que se abrieron, de las escuelas que enseñaron a leer, de los docentes que transmitieron su saber. Un gobernante que limita estos campos atenta contra las condiciones mismas que permiten que alguien pueda narrarlo, documentarlo o reflexionar sobre él. La paradoja es evidente: se escribe sobre quien, si sus políticas se llevaran hasta sus últimas consecuencias, impediría que tal escritura pudiera existir.
Es como levantar un monumento con piedras que el propio homenajeado quiso demoler. Escribir sobre un gobernante que recorta cultura y educación equivale a recordarle que su figura se sostiene sobre lo que intenta negar. Esa contradicción deja al desnudo su propia incoherencia: terminan siendo narrados, juzgados y comprendidos a través de las mismas herramientas culturales que intentan desmantelar.
No se trata, por supuesto, de hacer apología a la censura. Todo lo contrario: los libros que narran a estos protagonistas tienen que estar ahí, circular, ser leídos y discutidos. La contradicción no está en su publicación, sino en el hecho de que el personaje retratado socava las mismas bases que hacen posible que existan lectores y escritores, al mismo tiempo que las políticas económicas golpean de lleno al libro y provocan una merma notoria en sus ventas. Su figura se convierte, inevitablemente, en un testimonio escrito que expone esa incoherencia.
Por supuesto, no todos esos libros están ahí para recordarlo o adularlo; algunos buscan advertirnos del peligro que representa. Podría pensarse también como una anomalía en la Matrix: el solo hecho de que estos libros existan revela una fisura en el sistema. La escritura, inevitablemente, expone lo que no encaja.
En definitiva, escribir sobre quien recorta en cultura y educación no es un error, ni una contradicción del autor: es la contradicción del propio protagonista. Cada página publicada lo recuerda. Y ahí está el punto más claro: ni siquiera quienes intentan vaciar el campo cultural pueden escapar de ser parte de él.