Mágico encuentro con la memoria de guardahilos y pesca en Bahía Laura

Un lugar que fue central en las comunicaciones desde Río Negro hasta Santa Cruz, hoy está poblado de aves, recuerdos y un pescador que allí encontró su lugar en el mundo. Y la suerte de un aventurero de encontrar a los pioneros, volviendo a esas costas.

 A medida que voy viajando por la Patagonia, me atrapa cada vez más el hecho de estar en contacto con los que yo denomino pioneros actuales, porque en definitiva allí aún está casi todo por hacer. Me da la sensación de que la Patagonia siempre está comenzando de nuevo, como que cada habitante es un nuevo pionero. Un gran amigo mío, bonaerense de nacimiento, pero patagónico por opción, el Arq. Ernesto Werner me dijo un día en San Martín de los Andes: la Patagonia es la utopía, por lo tanto, nunca se alcanza, y esa frase siempre quedó rondando en mi mente.

En pleno siglo 21 hay que ser en cierta forma un aventurero para vivir por debajo del paralelo 42, sobre todo si uno no habita en una de las 5 o 6 ciudades principales que cuentan con los servicios habituales de la vida actual.

Hoy les voy a contar la historia de un increíble y desolado lugar llamado Bahía Laura, y algunos de estos pioneros viejos y actuales a los cuales tuve el gran placer de conocer y con los cuales tuve la sensación de transportarme a esa antigua Patagonia.

Antes que nada, como me gusta a mí, quiero ubicarlos en el lugar. Mas allá del mapa que les dejo acá, podríamos decir rápidamente que Bahía Laura es un accidente geográfico de unos 10 kilómetros de longitud, se encuentra ubicada en la costa de la Provincia de Santa Cruz, al sur de Puerto Deseado y al norte de San Julián. Una costa baja, con playas de arenas y canto rodados, aunque en sus dos limites, Norte y Sur, hay formaciones rocosas. ​

Este lugar se divide en dos sectores: al norte el Cabo Guardián con su impresionante faro del mismo nombre, imponente y desgastado pero aun erguido aunque ya no funcione, donde existe la colonia de pingüinos de Magallanes más mansas que haya visto alguna vez, tanto que la primera vez que estuve allí, me permitieron dormir entre ellos o acercarme a centímetros a tomarles fotos como si fuera uno más… También hay otras aves como Cormoranes, Gaviotas cocineras, Ostreros negros.

Al sur, está Punta Mercedes, con el faro Campana, o los faros podríamos decir porque hubo uno que se derrumbó (aún se ven sus restos) y luego construyeron otro al lado y….¡en otra tormenta se cayó también! En su límite sur el promontorio rocoso es mucho más alto y las vistas desde allí son de las mejores de toda la costa Patagónica. De hecho, una de mis fotos favoritas de mis viajes fue tomada allí.

Para quien disfruta del avisaje de pájaros, por aquí encontrará cormoranes de cuello negro, gaviotas cocineras, biguás, entre otros.

La primera vez que llegué a este paraje, fue casi de casualidad. En realidad, viajaba con mi amigo el poeta Héctor Mattos desde Puerto Deseado a San Julián por la RP 47 y a mitad de camino me encontré con uno de esos viejos carteles despintados, llenos de tierra, en blanco y negro, apenas legible y que para un viajero curioso son una invitación ineludible a ir a ver que hay. En fin, tomamos el desvío, de buen ripio en general. Una curiosidad aquí, es que el camino atraviesa muchas estancias así que uno debe ir abriendo y cerrando las tranqueras a medida que avanza.

Déjenme que les haga un breve resumen de la Historia del lugar. Bahía Laura nace como parte de un proyecto muy ambicioso de una Argentina muy distinta a la actual, como fue la extensión de la línea del telégrafo entre General Conesa (Río Negro) y Cabo Vírgenes (Santa Cruz). Una obra para el desarrollo regional muy importante para la época. Hablamos de fines del 1800 y principios del 1900. Luego de realizarse esta obra se crearon gran cantidad de poblados a lo largo de la costa patagónica, algunos como Caleta Olivia pudieron desarrollarse, otros como Mazarredo y Bahía Laura no pudieron crecer y finalmente fueron abandonados.

Hasta la década del 40 fue un pueblo que vivía del parate que hacían los viajeros que recorrían la vieja RN3 y del trabajo de los obreros rurales que encontraban vida social en el caserío. Para que se den una idea llegó a tener en su apogeo, además de la Estafeta postal y la casa del Guardahilos, la comisaría, dos hoteles y unas 25 casas, incluso me comentó el único poblador que quedaba en 2020, de quien ahora les voy a contar su historia, de un cementerio o al menos algunas tumbas que lamentablemente no pude encontrar.

Por este lugar salía la producción de los campos de la zona: lanas, y cueros e incluso el guano de las colonias de Cormoranes que era muy solicitado desde Europa.

Ya a mediados de la década de 1930 el pueblo va perdiendo impulso, principalmente por la falta de vitalidad del puerto, al quedar anulado por los de San Julián y Puerto Deseado.

Luego ya fue desapareciendo a medida que los nuevos trazados de esta ruta se alejaron de la costa atlántica y de a poco fue quedando deshabitado, quedando para la década del 60, sólo la estafeta postal, aun hoy en pie, y lo que había sido la comisaria, más algunas pocas ruinas.​

A los pocos años de que el poblado fuera definitivamente abandonado se crea la Reserva Natural Provincial Intangible Bahía Laura con el objetivo de preservar las colonias de esa gran diversidad de aves marinas. Esta reserva abarca toda la bahía del mismo nombre. Se podría decir que fue una buena idea, pero lamentablemente desde su creación la Reserva nunca contó con guardaparques o algún tipo de infraestructura que pudiera permitir una protección real y también desarrollar el turismo.

En 2019 tuve la gran suerte de conocer a Don Héctor Carlos Jerez, un viejo pescador artesanal de costa, que vivía gran parte del año pescando allí, habitando lo que había sido la comisaria del lugar, por supuesto remodelada por él mismo a lo largo de….atención…¡54 años casi ininterrumpidos!, salvo alguna temporada que intentó suerte en la zona del Lago Cardiel, sobre la cordillera. Sí, desde 1966 Don Jerez, disfrutó de su soledad en este lugar. Se lo notaba realmente muy felíz con el sitio que eligió y sobre todo con la vida que llevaba, mas allá de las vicisitudes de la misma profesión que desarrollaba, que por supuesto había ido cambiando a lo largo del tiempo.

Encontrar a alguien como Don Jerez es una de las cosas que por sí solas para un aventurero, hacen que el viaje valga la pena, y al recorrer la Patagonia uno se da cuenta que historias de estas hay muchísimas. Solitario, tranquilo, muy servicial, sabio, un tipo que encontró su lugar en el mundo. Sin dudas Bahía Laura lo era. Se notaba por el amor con el que hablaba del lugar. En cierta forma me recordaba a Don Conrado Asselborn, el ermitaño del Cabo Vírgenes, con una historia de vida con varios puntos en común.

En 2020 nuevamente pasé por allí, con la intención de quedarme a conocer más en profundidad la zona y sus alrededores. Y si fuera posible encontrarlo nuevamente a Don Jerez.

Siempre digo que soy un tipo de suerte cuando viajo, quizás por mi actitud positiva cuando estoy en el camino. Y en Bahía Laura la tuve y mucha. ¿Por qué digo esto? Porque al llegar, además de encontrar a Don Jerez, que se sorprendió mucho por mi nueva visita, me encontré con dos hermanos, Vicente y Santiago Pereda, nacidos en Bahía Laura 60 y pico de años atrás, y que hacía más de 3 décadas que no regresaban al lugar. ¡Justo el día que llego yo…me encuentro con estos dos antiguos pobladores, seguramente de los muy muy pocos nacidos en este lugar!.

Pensemos por un momento que ya de por sí es muy difícil encontrar información de lugares tan remotos y pequeños como éste y abandonados hace tantos años, ¡imagínense encontrar a un antiguo poblador…vivo, allí mismo y regresando luego de más de 30 años!!. Yo soy ateo gracias a Dios, pero, a veces este tipo de encuentro me hacen dudar de la existencia de un ser superior. 
Por si fuera poco, Santiago y Vicente, eran hijos de uno de los últimos Guardahilos de Bahía Laura, Don Eleno Pereda, un pionero que de muy joven junto a su mujer Doña Mercedes Pérez vivieron 18 años haciendo patria aquí. En una casa separada de la Estafeta Postal que, aunque en ruinas, aun se la puede ver allí en pie, una casilla de madera forrada de zinc acanalada que el viento no logró doblegar aún.

El oficio de Guardahilos era de suma importancia en aquellos años, eran quienes mantenían la línea en condiciones, mucho peor que si se cayera Internet ahora, imagínense, ¡era su único medio de comunicación!

Un trabajo sumamente sacrificado y no muy bien pago. Incluso peligroso, leyendo libros históricos conocí la historia de otro guardahilos del año 1904, que murió en una gran nevada y dicen las crónicas de los diarios de esa época que no lo fue a buscar ni siquiera la policía. El Correo lo dio por fallecido y chau. Fuiste.

Aquel proyecto de comunicación patagónica preveía que haya un guardahilo cada 30 kilómetros aproximadamente por lo cual, si se caía la línea, debían recorrer a caballo 15 kilómetros para cada lado hasta encontrarse con el otro guardahilo según de qué lado fuera el problema técnico.

Además de viajar a caballo debían llevar herramientas, abrigo, comida, agua y algunas otras cosas.

Aunque sólo vivieron pocos años Santiago y Vicente, me contaron muchísimas anécdotas sobre su infancia en este hermoso paraje. Finalmente dejaron el lugar porque llegó la edad de ir a la escuela y allí no había ninguna, así que la familia Pereda finalmente se radicó en San Julián, donde lamentablemente Don Eleno falleció muy joven. ¡No quise preguntar como habrá hecho su madre para seguir adelante con una familia que ya se había ampliado… a 9 hijos!.

Se los notaba muy emocionados y creo yo que muy felices, por volver después de tanto tiempo a su tierra natal, me imagino que debió ser una sensación muy fuerte. Además, habían traído parte de sus familias. Se notaba en sus ojos una mirada a veces perdida en el horizonte como tratando de recordar vivencias, un poco alentados por mi curiosidad.

Su generosa hospitalidad hizo que me invitaran a cenar con ellos, como si fuéramos amigos de toda la vida, a compartir lo que cada uno tenía. Son esos momentos de los viajes donde a uno se le llena el alma y se da cuenta que la vida es mucho más simple que lo que el mundo nos quiere hacer creer y que disfrutar esos instantes es lo que cuenta.

Por supuesto la cena estuvo exquisita, cordero cocinado en una vieja Istilar, esa cocina a leña de hierro que está en casi todas las viejas estancias Patagónicas. ¡Por supuesto regada con alguna bebida espirituosa, y si bien soy casi abstemio (dije casi) …en estos momentos me olvido de ello y me sumé…!.

La cena siguió con largas charlas y anécdotas de Don Jerez y también de los hermanos Pereda, sobre la pesca y cómo ha cambiado al largo de más de medio siglo. Incluso Vicente trabajó en su juventud con Don Jerez, por eso calculo yo aun perduraba la amistad. Hablamos sobre las plantas de Calafate que están desperdigadas por ahí cerca, obviamente ya había visto y disfrutado, sobre unas tumbas que no pudimos encontrar. También sobre la fallida construcción de una bicicleta con los pocos materiales que contaban los Pereda en ese paraje en su infancia, tan fallido como que no alcanzó a rodar más que un par de metros, o del difícil trabajo de su padre el Guardahilos que a veces debía salir por algunos días y dejar su familia que para ese entonces ya contaba con sus primeros seis hijos.

Don Jerez nos contó sobre la pesca de róbalos y pejerreyes mayormente, de cómo disminuyó la cantidad a lo largo de los años, también de su lucha junto a la UAPA, que es la Unión Argentina de Pescadores Artesanales para lograr una cámara de frío para el mantenimiento de la pesca de la zona de San Julián. Promesas de muchos años que nunca se terminan de cumplir.

En cierta forma esta crónica es un homenaje a ellos, a esos auténticos pioneros de la Patagonia actual, a los Pereda y también a Don Jerez claro, lamentablemente fallecido durante la pandemia de COVID.

Contento por estar nuevamente en las filas del gran equipo de Sergio Sarachu, será ¡Hasta la próxima…!


Fuente: Pasó Hoy neuquen.uno recomienda los contenidos de Pasó Hoy

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