El cartero que se tentó con la plata del Banco

Se imaginó por un instante recorriendo los Balcanes, viajando al país de sus ancestros. Soñó también que era dueño de un campo, que sería rico y podría darse todos los gustos. Las cuatro cartas que abrió lo ponían en estado de excitación emocional.

 “Nunca más comer mierda, rogando por un balde de carbón. Esto que tengo equivale a ciento ochenta y cinco años de mi sueldo». Todos los cálculos que hacía eran de muchísimas cifras, esas mismas que no podía alcanzar con su salario de cartero de Correo.

José María Marcelino Stiepcevic había recorrido la polvorienta y pedregosa huella unía a Río Gallegos con Puerto San Julián.  Empezaba el mes de mayo del año 1930, cuando arribó al Hotel  Aguila, lugar habitual de pernocte durante las entregas de cartas y encomiendas.

También era habitué del Cine Teatro Talía que había inaugurado cinco años atrás y si el viaje a la costera población coincidía con la fecha de cobro alguna escapada a los prostíbulos que abundaban en toda la Patagonia.

A Stiepcevic su labor de cartero le gustaba, pero poco a poco se fue tentando con las cifras que le tocaba entregar al Banco Anglo Sudamericano, que tenía sucursales en distintas localidades.

El banco se había expandido por toda Sudamérica, alentando a la inversión de los estancieros de origen británico. De hecho, la mayoría de su cartera de clientes provenían del sector ganadero o frigorífico.

Al día siguiente debía emprender el regreso a Río Gallegos y una idea le daba vueltas en su cabeza, después de saber que vendría mucha correspondencia bancaria.

La llegada de la correspondencia a Río Gallegos  era siempre vía naval a través de las embarcaciones que operaban en el litoral costero, partiendo desde Buenos Aires y desde allí se distribuía vía terrestre a diversas localidades del interior.

La instalación del telégrafo había sido una promesa cumplida por el presidente Julio Argentino Roca, en oportunidad de su visita a Santa Cruz, en oportunidad de suscribir el acuerdo de límites con el presidente chileno Federico Errazuriz Echaurren, en lo que se conoció como “el abrazo del Estrecho”.

La importancia de los telegrafistas y radiotelegrafistas a principios del siglo anterior estaba dada en el manejo de información confidencial como los precios de la lana. Era “vox populi” el pago de coimas a los operadores por parte de los barraqueros y consignatarios de lanas, averiguando el precio que pagaba La Anónima y ofrecer unos pesos más.

Río Gallegos, al decir de poetas y cronistas de la época como Raúl González Tuñón “era el auténtico corazón de la soledad”. En nuestra provincia gobernaba Julio Bardera, en los últimos estertores del gobierno radical de Hipólito Irigoyen derrocado el 6 de septiembre de 1930.

“A ver José María” ordenó el jefe del Correo de Río Gallegos llamándolo con una seña ampulosa. “Debes clasificar y distribuir lo que llegó en el Asturiano – vapor de la compañía “La Anónima”-.

El cartero miró de reojo y divisó las cartas certificadas y otras encomiendas destinadas al Banco Anglo. De inmediato la idea de salir de pobre lo atrapó y se decidió a tomar el contenido de las cartas.

Sólo esto…? preguntó el encargado de cuentas corrientes del banco al cartero. Stiepcevic tragó saliva y respondió afirmativamente sin evaluar el gesto del bancario al hacer la pregunta. Al bancario le extrañó que no llegara lo prometido desde Buenos Aires. Esperaba mucho dinero con la llegada del barco.

El cartero caminó rápidamente desde Roca y Sarmiento hasta el edificio del Correo, pensando que su vida cambiaría vertiginosamente y fue así nomás.

 Al volver al Correo, en un baño del edificio,  abrió una por una las cuatro cartas que correspondían al Banco y se adueñó de los 400.000 pesos que estaban en los sobres remitidos a la entidad y guardó algunos documentos. Al parecer había cumplido su sueño.

¿Pero que pasó luego que Stiepcevic abriera las cartas y se guardara los 400 mil pesos en su bolsillo?.  Testigos que declararon luego que se lo denunciara por robo, sostienen que “una vez abiertas las cartas aludidas, se ´puso como loco´, lloraba y quería suicidarse, constituyendo su excitación un índice concordante con las conclusiones periciales premencionadas.”

No le resultaría fácil al cartero zafar de esta situación complicada, ya que fue condenado a un año de prisión, en primera instancia, pero al apelar la sentencia consiguió ser sobreseído.

Un Tribunal Federal, con sede en la ciudad de La Plata, ordenó el sobreseimiento del cartero Stiepcevic, tomando una decisión basada en dos circunstancias fundamentales: primero que no registraba antecedentes y segundo que la suma de dinero fue recuperada totalmente.

En su descargo el cartero había dicho que “con anterioridad había entregado una carta que estaba abierta y fue recompensado por las autoridades bancarias por este hecho, esperando tener igual tratamiento en este caso”.

Sin embargo, fue acusado y afrontó el proceso judicial con la caratula de robo, que finalmente fuera desestimado, afirmándose que “en todo caso debe hablarse de una tentación”.

Luis G. Zervino, Ubaldo Benci y Rafael A. Leguizamón integraron el Tribunal platense que absolvió al cartero de Río Gallegos.


Fuente: Pasó Hoy neuquen.uno recomienda los contenidos de Pasó Hoy

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