Hace 20 años la esquina de la calle 38 y El Jarillal tenía una triste postal. Solo había un basural hasta que el ingeniero agrónomo Ariel Zabert y los vecinos comenzaron a cultivar una huerta agroecológica. Hoy es uno se puede observar que la vegetación se erige preponderante en el paisaje y la sombra brinda una frescura que renueva todas las energías: es un pulmón verde en medio de la urbe,
Ariel Zabert la fundó y durante muchos años fue el referente del Programa de Desarrollo Agroalimentario de la Provincia del Neuquén (Proda).
Fue con el trabajo, la dedicación y el esfuerzo de la comunidad que se logró cambiar ese panorama y que hoy, dos décadas después, pueden producir variedad de especies como aromáticas, verduras, hortalizas, flores y frutales.
La huerta representa un espacio de encuentro entre vecinas y amigas. Allí se fusionan los conocimientos de cada una, con los aportes que comparte Adriana Giambellucca, Ingeniera agrónoma y técnica del Proda, quien acompaña a la comunidad desde hace 8 años: “El motor de la huerta son ellas, las productoras”, asegura.
En los festejos por su aniversario número 20, a la sombra de un parral y un damasco, las huerteras recordaron sus inicios, contaron cómo trabajan, mostraron sus parcelas cultivadas y reflexionaron sobre qué representa este espacio para ellas.
Las protagonistas del proyecto del barrio Melipal
María Adelaida Pérez, “Mari”, proviene de Chos Malal y tiene experiencia en huertas desde su infancia gracias a su familia. Es una de las fundadoras del proyecto. Asiste día por medio, aunque este año tuvo un mes de inactividad por problemas de salud, de los cuales ahora se encuentra recuperada.
“Hoy estoy recuperada gracias a esto. La huerta es una terapia. Realmente hace muy bien. Una viene, se pone a tomar mate con las compañeras, a conversar y se entretiene, pero además se trabaja y también se produce”, señaló.
Rosa Bascuñan, otra de las vecinas fundadoras, atiende su parcela junto a su nieta Juli de 9 años: “Empezamos cuando no había nada. Este espacio era puro escombro, era un basurero y no podíamos clavar la pala”, recordó y afirmó que hoy “esta es nuestra casa, nuestra chacra”, en referencia a la huerta del barrio.
Contó que le gustan mucho las plantas y que en ese lugar descansa, disfruta, y comparte experiencias con amigas y compañeras. También le enseñó a su nieta, que es chica, “cómo se llaman las verduras y las flores, y también le enseñó a comer sano”.
Rosa viene del campo y recuerda que su familia tenía huertas y criaba ganado. “Le doy gracias al Proda y a la provincia. En estos 20 años ya sabemos lo que tenemos que hacer, damos clases a los visitantes de cómo hacer un bancal y cómo plantar; hacemos feria y vendemos”, sostuvo.
Cada una de las huerteras y huerteros tienen una parcela dentro del espacio donde cultivan sus productos. Así es el caso de Ana María González que tiene un invernadero con lechuga rulito, cebolla de verdeo, puerro, ciboulette y, ahora está preparando la tierra para volver a plantar. Definió a la huerta como “un cable a tierra” y subrayó que esta actividad la mantiene activa. “Si una está activa, anda bien, y estoy muy feliz de todo lo que logramos juntas. Trabajás y luego tenés una alegría cuando cosechas, sabiendo además que no tiene agroquímicos”.
La técnica del Proda, ingeniera agrónoma Adriana Giambellucca recordó cómo llegó a la huerta del Melipal. “Yo llegué acá con muchas cosas por hacer y con un grupo humano hermoso, todas mujeres que ya venían trabajando; ya tenían un camino andado y fue un desafío incorporarme y acompañarlas, y ellas me abrieron sus puertas y sus corazones” sostuvo.
Contó que actualmente son 17 personas las que participan y entre ellas hay hombres. “Ese camino fue lindo porque además se incorporaron jóvenes y eso da el indicio de la biodiversidad que hay tanto en la huerta como en el aspecto humano”, agregó.